Argumentación general

Aún hoy, a más de cien años del surgimiento del psicoanálisis, se discute si merece o no el dignificante término de ciencia. Entre quienes practicamos de una u otra manera esta disciplina subsiste un doble sentimiento. Por un lado, el reconocimiento de la importancia de la discusión; por el otro, la insatisfacción por la distancia entre aquello que se mienta en el debate y esa disciplina que constituye una refinada teoría, una compleja práctica y un aún más difícil de definir criterio para decidir acerca de las rectificaciones y refutaciones, en el  ámbito clínico, en el de las hipótesis intermedias, o en el de las conjeturas más abstractas.

Los epistemólogos y metodólogos abocados a estos problemas poseen un escaso conocimiento de nuestra disciplina en su complejidad interna, que tal vez sea mucho mayor que la de una teoría física o química cualquiera, ya que las sutilezas en juego en los conceptos pueden perderse fácilmente en una sobresimplificación poco representativa. Pero parece insoslayable tomar en cuenta la responsabilidad que en tal insatisfacción cabe a los autores psicoanalíticos mismos, que se han preocupado demasiado poco por explicitar muchas de sus conjeturas, y aún menos por poner en evidencia el valor de numerosas hipótesis en juego en las exposiciones freudianas.

Así, pues, ni siquiera está claro cuál es la teoría que se supone establecida, y acerca de la cual se pretende desarrollar alguna propuesta epistemológica o metodológica. Por lo tanto, habré de partir de una consideración global respecto de la teoría a la cual puedo tomar como marco psicoanalítico general, y que incluye la posibilidad de enlazar las hipótesis abstractas con los observables, con lo que se suele llamar la base empírica.

Freud supone que existe una estructura general de conflicto, dado por la oposición entre los complejos de Edipo (positivo y negativo) y de castración, pero que no es este aspecto el que da la especificidad de los múltiples desenlaces observables. Ellos derivan, en cambio, de otros tres factores: 1) las fijaciones pulsionales y yoicas, 2) sus destinos en lo anímico, dados por los diversos caminos defensivos, y 3) las formaciones preconcientes, sustitutivas, que se hallan lindantes con la manifestación.

Una misma fijación pulsional puede ser procesada por distintas defensas, como la represión, la formación reactiva, la sublimación o la trasformación del erotismo en ternura, por ejemplo. A su vez, una misma defensa, como la represión, es común a diversas neurosis de transferencia, como las histerias de conversión o de angustia, o la neurosis obsesiva, las cuales difieren en cambio por la fijación pulsional y yoica, y también por la formación preconciente, sustitutiva, y por el complemento con otras defensas.

Por su parte, dichas formaciones preconcientes tienen aspectos comunes en todas las neurosis de transferencia, o en todas las estructuras psicóticas; pero en otros aspectos hay elementos diferenciales. Por ejemplo, en algunos puntos difieren en las histerias de conversión y de angustia y en las neurosis obsesivas; pero además se asemejan a las formaciones preconcientes que podemos suponer subyacentes en algunos escritores o pintores, a los que no estaríamos justificados en categorizar en términos clínicos, ya que sus producciones parecen derivar de un proceso sublimatorio, y no de uno represivo.

Así, pues, solo la articulación de estas cuatro grandes categorías: conflicto entre los complejos de Edipo y de castración, fijación, defensa, formación preconciente, permite dar cuenta de una manifestación clínica cualquiera.

En esta exposición general caben aún dos consideraciones globales. En primer lugar, si nos preguntamos en qué consiste una manifestación clínica en la sesión, podemos aclarar que está  constituida por un enorme conjunto de estímulos sensoriales, ordenados en series muy diversas, y, junto con ello, ciertos estados afectivos del paciente captados de diferentes modos. También podemos incluir sentimientos, ideas y otros procesos desarrollados en el analista mismo, que tienen un carácter múltiplemente heterogéneo, y que se hallan enlazados significativamente con los procesos anímicos conjeturables en el paciente.

En segundo lugar, el aparato psíquico, como Freud denominaba a esta combinatoria antes descripta de fijaciones, defensas y formaciones preconcientes, tiene un carácter dinámico, y sus procesos son difíciles de asir conceptualmente, en particular todos aquellos que no tienen que ver con la conciencia como lugar de origen (las representaciones, por ejemplo, surgieron a partir de la percepción-conciencia) sino, en el mejor de los casos, de llegada. En efecto, ya destacamos en el capítulo 5 que Freud (1912g) supone que lo más importante de la actividad anímica no tiene que ver con las huellas mnémicas sino con los actos puramente internos, con los procesos endopsíquicos, que comienzan siendo inconcientes, y que finalmente pueden acceder o no a la conciencia, habitualmente muy desfigurados como consecuencia de múltiples interferencias. Tal modo de entender el aparato psíquico deja abierta la reflexión acerca de un fragmento del terreno de la subjetividad, consistente en aquello a lo cual Freud (1912-13) denominó procesos de sentimiento y de pensamiento, los principales actos puramente internos. Dicho terreno constituye un punto esencial en las consideraciones psicoanalíticas, y se hace imprescindible conceptualizarlo más refinadamente como punto de partida que permita soslayar el riesgo de algún tipo de reduccionismo invalidante.



Del ordenamiento de las manifestaciones a las conjeturas sobre el preconciente
En este marco global cabe destacar que las series antes mencionadas, las manifestaciones, reciben en psicoanálisis un ordenamiento múltiple, puesto que muchos de los sonidos son tomados como palabras, a menudo integrando frases, y algo similar ocurre con otros tipos de percepciones que el terapeuta capta en las sesiones, como las visuales (sea que el paciente dibuje, o bien que se mueva o tenga una postura determinada), según lo expondré más detenidamente. Por supuesto, no todo lo que el terapeuta capta del paciente puede ser reconducido a la condición de un lenguaje verbal explícito, y esto también tiene su importancia; solo el terapeuta hace la correspondiente traducción a la palabra, aunque en el paciente no tenga aparentemente dicho status. Sin embargo, en términos amplios podemos decir que el terapeuta parte de la conjetura de que los múltiples estímulos sensoriales que él recibe en la sesión (sobre todo auditivos) permiten inferir que el paciente habla. Respecto de las imágenes visuales captadas por el analista como originadas en el paciente, también pueden ser un modo de expresar palabras: puede ocurrir que tengan un libreto, que el terapeuta infiere a partir de sus percepciones. Con todo es conveniente destacar que algo de lo expresado plásticamente y mediante otros recursos (motrices, por ejemplo) puede no resultar trasformable en frases, o, dicho de un modo más pertinente, no siempre hallamos un libreto como sustrato de una manifestación, afirmación que también podemos hacer extensible a la misma producción verbal (por ejemplo, la aceleración en las proferencias, o el estallido de un grito).

Ahora bien, en términos globales podemos decir que este es un primer ordenamiento de las manifestaciones, como conjunto de palabras. En un principio estas parecen tener un carácter múltiple, diverso, pero a poco andar es posible inferir que en este otro lugar, el de las palabras, también es posible encontrar series, hallar ordenamientos que se reiteran, detectar redundancias llamativas.

Por ejemplo, un paciente con fobia a las tijeras y objetos filosos relata en una sesión el horror que tiene desde siempre al ver un tajo, en otra menciona en muy diversos contextos el verbo "cortar" (por ejemplo, "me cortó el rostro", "se cortó solo", "tomé un café cortado"), y en otra interrumpe su frase por la mitad. O bien un paciente con fobia de contacto relata en una sesión el espanto ante una escena en que hay un encuentro entre dos individuos con una diferencia de potencial, que calcina al de menor poder, en otra hace múltiples referencias al verbo "tocar" o equivalentes ("me tocó mucho lo que me dijo", "a este hombre le falta tacto"), y en otra incluye ciertos atenuadores semánticos, cada vez que tiene que proferir una palabra que posee una significación que lo angustia ("estoy medio enfermo", "no sé si será   tristeza", "me dejó algo angustiado"). Tales atenuadores ponen en evidencia la angustia del paciente al ponerse en conexión con determinados temas.

Tal tipo de ordenamiento y de redundancia ya no resulta tan fácilmente admisible o comprensible, y sin embargo forma parte de la especificidad del trabajo conceptual de un psicoanalista. La no explicitación de este modo de tratar la materia sensible hasta trasformarla en tales tipos de series (con las cuales es posible construir un algoritmo) es una de las fallas atribuibles a los teóricos del psicoanálisis, y produce sus efectos entre los epistemólogos y metodólogos, que a menudo tienen dificultades para advertir los nexos entre la teoría psicoanalítica y su base empírica. Lo que se entiende como observable tiene entonces un carácter complejo, pero no difuso ni ambiguo. Puede darse en múltiples planos: lapsus, sueños, pero también líneas melódicas, combinatorias sintácticas, sutilezas semánticas, alteraciones pragmáticas, absurdidades lógicas, perturbaciones orgánicas (en el sentido de que las proferencias sonoras, por ejemplo, pueden ser o bien inaudibles o bien enervantes por su intensidad y agudeza, o por su ritmo acelerado; o bien pueden alternar entre todas estas posibilidades).

Estas referencias a los criterios para el ordenamiento de la materia sensible son afines al modo en que los retóricos suelen ordenar las figuras del discurso, aunque he formulado diversos agregados. Sin embargo, no alcanza con establecer nexos con las propuestas retóricas, ya que el ordenamiento sigue también otros principios, entre los cuales deseo destacar que las diferentes variaciones antedichas, sea respecto del "tocar", sea acerca del "cortar", son expresión de un mismo lenguaje del erotismo, al que Freud denominó fálico-uretral, en el cual coexisten deseos ambiciosos y angustia de un modo complejo.

Todas estas formulaciones tienen en realidad una meta: presentar el problema de las formaciones sustitutivas, del preconciente, como una estructura cuyo abordaje conceptual requiere un gran refinamiento teórico, ya que es el terreno inmediatamente inferible a partir de las manifestaciones, puerta de entrada para conjeturas aún más distantes de lo observable, y además punto de confluencia de hipótesis de los más diversos grados de abstracción.

En efecto, si se parte del supuesto de que las manifestaciones son una consecuencia de algo diverso, no evidente y consabido, sino solo conjeturable, es crucial el modo de trasformar lo observable en un conjunto de series que contengan a su vez un valor intermedio. En este punto de confluencia de los observables con la teoría más abstracta, el preconciente tiene un papel fundamental.

Pero también en este punto podemos caer en un riesgo, ya que existe la tentación de homologar lo reiterado con lo más importante y eficaz, cuando mucho de ello tiene solo un valor encubridor, defensivo, en el mejor de los casos demasiado genérico y en el peor con una función vaciante de la significatividad, inductora del sopor en el interlocutor, con un valor altamente resistencial. En este sentido cabe destacar que los abordajes estadísticos de los discursos deben partir de premisas no ingenuas, más refinadas, que permitan dar su lugar a las diversas manifestaciones. A veces resulta esclarecedora de lo eficaz una frase inmersa en una hojarasca vacía de significatividad, e inclusive esa frase puede quedar interrumpida y solo se continúa tiempo después, o debe resultar construida, ya que una parte se expresa explícitamente, otra como lapsus y otra como determinado proceso retórico. Desde esta perspectiva es que incluimos una propuesta de refinamiento en la investigación, consistente en la metodología algoritmica, expuesta en capítulos previos de un modo general y aplicada más adelante (en la cuarta parte del libro) al estudio del discurso en pacientes adictos graves.